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Una de Saburo Sakai

Iniciado por GAE_Castor, 13 de Julio de 2009, 08:59:23 AM

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GAE_Castor

Impresionante relato de Saburo Sakai.

Saburo Sakai nos relata el combate bajo las nubes:
No hubo vacilación por parte de los pilotos norteamericanos. Los cazas Grumman atacaban con los motores a pleno régimen. Luego los aviones cubrían el cielo, ganando altura desde el nivel del mar a la capa nubosa mientras reñían encarnizados encuentros. Se deshacían las formaciones.

Me lancé en apretado rizo y luego salí de él para situarme en la cola de un Hellcat, soltando una ráfaga tan pronto el avión apareció en el colimador. El avión enemigo se distanció, y mis balas sólo encontraron el vacío. Caí en una espiral vertical a la izquierda y seguí acortando distancias, tratando de abrir hueco para un disparo certero en la panza del aparato. El Grumman intentó igualarme en el giro; ese era el momento que necesitaba: el vientre del caza llenó el colimador, y solté una segunda ráfaga. Los proyectiles de los cañones hicieron explosión a lo largo del fuselaje. Al segundo siguiente, espesas nubes de humo negro surgieron del avión, el cual entró en un incontrolable picado hacia el mar.

Yo veía cazas por todas partes, largas estelas de humo, llamaradas y explosiones. Había mirado demasiado tiempo. Las trazadoras surgieron directamente por debajo de mi ala; instintivamente, tiré de la palanca hacia la izquierda, viré para colocarme sobre su cola y solté una ráfaga. Fallé. Él picó fuera de mi alcance, más rápido de lo que yo podía seguirle.

Me maldije por haberme dejado coger desprevenido, y con igual vehemencia maldije mi ojo son luz, que dejaba en sombras casi la mitad de mi área de visión. Con la mayor rapidez, me deslicé fuera del arnés del paracaídas y liberé mi cuerpo, para poder moverme el asiento y compensar así la falta de visión lateral.

Y miré sin darme un momento de reposo. Tenía a mi cola por lo menos media docena de cazas Grumman, maniobrando para situarse en posición de tiro. Sus alas aparecieron envueltas en llamas al abrir fuego. Otro giro a la izquierda -¡Rápido !- y las trazadoras pasaron inofensivamente. Los seis cazas rebasaron mis alas y ganaron altura en giros ascensionales a la derecha.

¡ Esta vez no! ¡ Oh, no! Empujé a tope la palanca del mando de gases y giré a la derecha, volviendo sobre los seis cazas a toda la velocidad que el Cero podía darme. Eché un vistazo a popa: no había otros aviones a mi espalda. Uno de estos iba a ser mío. ¡ Lo juré! El Cero acortó rápidamente la distancia al Grumman más cercano. A cincuenta metros, abrí fuego con los cañones observando cómo las granadas recorrían el fuselaje y desaparecían en la cabina. Humo y llamas surgieron debajo del cristal: un instante después, el Hellcat se desvió alocadamente y cayó sobre un ala, con su rastro de humo aumentando cada segundo.

¡Pero había más cazas a mi cola! De pronto, no tuve el menor deseo de enfrentarme a ellos. Me invadió el cansancio como si fuera un manto sofocante. En los viejos días de Lae, no habría perdido tiempo en tirar del Cero e ir a por ellos. Pero ahora me sentía como si todo mi vigor se hubiera secado. No quería luchar.

Piqué y salí huyendo. En estas condiciones habría sido un verdadero suicidio oponerme a los Hellcats. Un desliz, un segundo de retraso en mover la palanca de mando o el pedal del timón ... y allí acabaría todo. Necesitaba tiempo para recobrar el resuello, para sacudirme el súbito aturdimiento. Quizá se trataba de la consecuencia de tratar de ver mucho con un solo ojo, como había venido haciendo; únicamente sabía que no podía combatir.

Escapé hacia el norte, empleando la sobrealimentación del motor para alejarme. Los Hellcats dieron la vuelta en busca de caza más fresca ...

Volé lentamente en círculos, al Norte de Iwo, aspirando profundamente el aire y tratando de relajarme. El mareo desapareció, y volví a la zona de lucha. El combate había terminado. Aún se veían Ceros y Hellcats en el cielo, pero se hallaban muy separados, y los cazas de ambos bandos volvían a sus grupos respectivos.

A proa y a la derecha vi quince Ceros que rehacían la formación, y me acerqué para unirme a ellos. Subí por debajo de la formación y ...

¡Hellcats! Ahora comprendí por qué el médico, tiempo atrás, había protestado con tanta vehemencia de mi vuelta al campo de batalla. Con un solo ojo, sufría la perspectiva, y yo perdía los pequeños detalles al identificar aviones a distancia. Hasta que las estrellas blancas sobre fondo azul se hicieron claras no me di cuenta de mi error. No traté de desprenderme del temor que me asaltaba; giré a la izquierda, di una vuelta ceñida, picando para alcanzar más velocidad, y confié en que los cazas Grumman no me hubieran visto.

No tuve tal suerte. Los Hellcats rompieron la formación y emprendieron la persecución. ¿Qué podía hacer yo? Mis posibilidades se presentaban desoladoras.

No; todavía quedaba una salida, y una pequeña posibilidad en ella. Estaba casi sobre Iwo Jima. Si podía superar en la maniobra a los otros aviones - tarea casi imposible, pensé- hasta que se vieran escasos de combustible y tuviesen que romper el contacto para regresar a sus bases de partida ...

Entonces me di cuenta de la velocidad de estos cazas. Acortaban distancias en segundos. ¡ Eran tan rápidos! Resultaba inútil correr más ...

Retrocedí en apretado giro. La maniobra sorprendió a los pilotos enemigos al tiempo que subía hacia ellos en espiral. Me quedé asombrado; no se dispersaron. El caza guía respondió con una espiral idéntica, reproduciendo perfectamente mi maniobra. De nuevo volé en espiral, acercándome más esta vez. Los aviones adversarios no cedieron terreno.

Estos nuevos Hellcats eran los aparatos enemigos más maniobreros con los que me hubiera tropezado antes. Salí de la espiral en una trampa. Los quince cazas desfilaron en una larga columna. Y al momento siguiente me encontré girando en un anillo gigante de quince Hellcats. Por todos lados veía las anchas alas con las estrellas blancas. Si alguna vez un piloto se ha visto rodeado en el aire, ese era yo.

Disponía de poco tiempo para examinar mis desventuras. Cuatro cazas rompieron su círculo y vinieron hacia mí. Estaban demasiado anhelantes. Me aparté fácilmente del camino, y los Hellcats pasaron de largo, aparentemente sin gobierno. Pero lo que creí un ligero giro únicamente me situó por encima de varios otros cazas. Un segundo cuarteto rompió el anillo, derecho a mi cola.

Corrí. Aceleré para sacar al motor hasta el último gramo de fuerza y me alejé lo suficiente a fin de colocarme fuera del alcance de sus armas, al menos por el momento. El primer cuarteto había subido de su zambullida y de hallaban por encima de mí, picando para hacer otra pasada.

Pisé con el pie derecho el pedal del timón, haciendo derrapar al Cero hacia la izquierda. Luego la palanca de mando, bien a la izquierda, en agudo giro. Aparecieron unos cuantos fogonazos debajo de mi cola derecha, seguidos por un Hellcat que caía a plomo.

Salí del tonel en ceñida vuelta. El segundo Grumman se hallaba a unos setecientos metros detrás de mí, con las alas ya envueltas en llamas amarillas de sus ametralladoras. Si no lo había sabido antes, lo sabía ahora. Los pilotos enemigos estaban tan verdes como los bisoños míos ... y este podía ser el factor que quizá me salvara la vida.

El segundo caza siguió aproximándose, salpicando todo el cielo de trazadoras, las cuales no llegaban a mi aparato. ¡Sigue así! Grité. Adelante gasta todas las municiones; serás uno menos a preocuparme. Di la vuelta y escapé, con el Hellcat acercándose rápidamente. Cuando se encontraba unos trescientos metros a mi espalda, viré a la izquierda. El Grumman pasó por debajo de mí, aún disparando al aire.

Perdí la paciencia. ¿Por qué huir de tan torpe piloto? Sin pensarlo dos veces, volví y me puse sobre su cola. A cincuenta metros de distancia solté una ráfaga de los cañones.

Desperdiciada. No había corregido el deslizamiento causado por mi abrupto giro. Y de pronto no me importó el avión que tenía delante ... otro Grumman estaba sobre mi cola, disparando sin cesar. Una vez más, el giro a la izquierda, la maniobra que nunca me fallaba. El Hellcat pasó rugiendo, seguido por el tercero y el cuarto de los cazas del cuarteto.

Otros cuatro aviones se hallaban casi directamente encima de mí, listos para picar. A veces uno tiene que atacar a fin de defenderse. Subí en vertical, justo por debajo de los cuatro cazas. Los pilotos levantaron las alas una y otra vez, tratando de encontrarme. No tenía tiempo para dispersarlos. Tres Hellcats venían hacia mí por la derecha. Escapé por los pelos de sus trazadoras y me evadí con la misma maniobra a la izquierda.

Los cazas volvieron a su amplio anillo. Cualquier movimiento que hacía para escaparme provocaba la salida de varios aviones a cortarme el paso desde distintas direcciones. Volé en círculos en el centro de la rueda, buscando una salida.

No tenían intención de dejarme escapar. Uno tras otro, los cazas arrancaban del círculo y venían a por mí, disparando al acercarse.

No recuerdo cuántas veces atacaron los cazas ni cuántas los eludí. Me corría tanto el sudor que me empapó la ropa interior. Toda mi frente estaba cubierta de gotas que empezaban a caer en mi rostro. Proferí una maldición cuando el salado líquido penetró en mi ojo izquierdo ... ¡no podía tomarme el tiempo necesario para frotármelo con la mano! Todo lo que podía hacer era pestañear, tratar de que no entrara la sal, tratar de ver.

Me cansaba demasiado rápidamente. No sabía cómo podía escapar del anillo. Pero resultaba evidente que estos pilotos no eran tan buenos como sus aviones. Una voz interior parecía susurrarme, parecía repetirme una y otra vez las mismas palabras ... velocidad ... mantén la velocidad ... olvídate del motor, quémalo, pero ¡mantén la velocidad !... sigue girando ... no dejes nunca de dar vueltas ...

El brazo empezaba a entumecérseme del constante giro a la izquierda para evadir las trazadoras de los Hellcats. Si aflojaba una sola vez la velocidad al girar a la izquierda, ese sería mi fin. Mas, ¿ por cuánto tiempo podía mantener la velocidad necesaria al maniobrar para alejarme?

¡Debía seguir virando! En tanto los aviones enemigos quisieran conservar intacto su anillo, sólo un caza podía atacarme cada vez. Y yo no temía eludir a un solo avión al hacer su pasada. Las trazadoras se acercaban, pero tendrían que alcanzarme exactamente si es que iban a derribarme. No importaba si los proyectiles pasaban a cien metros o a cien centímetros de distancia, en tanto yo pudiera eludirlos.

Necesitaba tiempo para alejarme de los cazas que aceleraban, uno tras otro, arrancando del amplio anillo que mantenían alrededor mío.

Viré, A todo gas.

Palanca a la izquierda.

¡Ahí viene otro!

Con fuerza otra vez. El mar y el horizonte dan vueltas vertiginosamente.

¡Derrape!

¡Otro!

¡Ese iba cerca!

Trazadoras brillantes, refulgentes, relampagueantes. Siempre por debajo del ala.

Gobierna de nuevo.

¡Mantén la velocidad!

Virar a la izquierda.

Virar.

¡ Mi brazo! ¡ Apenas lo noto ya!

Si alguno de los Hellcats hubiera escogido una maniobra de aproximación diferente para su pasada de ataque o se hubiese concentrado cuidadosamente en su objetivo, seguramente me habría barrido del cielo. Ni una sola vez apuntaron los aviadores adversarios al punto hacia el que se dirigía mi avión. Si uno solo de los cazas hubiera sembrado de trazadoras el espacio vacío inmediato a mí, hacia la zona adonde yo viraba cada vez, yo habría volado en plena trayectoria de sus balas.

Pero existe una peculiaridad respecto a los aviadores. Su psicología es extraña, excepto en cuanto a los pocos que resisten y perseveran para llegar a ser ases destacados. El 99 por ciento de todos los pilotos se aferra a la fórmula que les enseñaron en la escuela. Seguirán una cierta pauta y, venga lo que venga, nunca considerarán la posibilidad de apartarse de esa norma.

Así que esta pugna se redujo a una prueba de resistencia entre el momento en que mi brazo cediese, y yo flaquease en mis maniobras de evasión, y la capacidad de combustible de los Hellcats. Ellos todavía tenían que volver a sus portaaviones.

Miré el indicador de velocidad del avión con relación al aire. Casi 565 kilómetros por hora, la mayor que podía alcanzar el Cero.

Necesitaba aguantar más que mi brazo. El caza tenía también sus límites. Yo temía por las alas. Se estaban arqueando bajo la repetida violencia de las maniobras de escape. Existía la posibilidad de que el metal pudiera ceder como consecuencia de la continua presión, y el ala fuera arrancada del Cero, pero eso quedaba fuera de mis manos. Yo sólo podía continuar volando. Debía forzar el avión a los virajes de evasión, o perecer.

Viraje.

¡Mueve la palanca!

Derrape.

Ahí viene otro.

¡Al diablo con las alas! ¡Vira!

No oigo nada. El sonido del motor del Cero, el rugiente trueno de los Hellcats, el pesado staccato de sus ametralladoras de media pulgada ... todo había desaparecido.

Me pica el ojo izquierdo.

Me corre el sudor.

No puede limpiarlo.

¡Cuidado!

La palanca. Pisa el pedal.

Allá van las trazadoras. Han vuelto a fallar.

El altímetro había caído al fondo; el océano se hallaba inmediatamente debajo de mi avión. Hay que sostener las alas, Sakai, o azotarás una ola con la punta del plano. ¿Dónde había comenzado el combate aéreo? Cuatro mil metros de altitud. Más de cuatro kilómetros deslizándose y alejándose de las trazadoras, más y más abajo. Y ahora no quedaba margen alguno de altura.

Pero los Hellcats no podían hacer sus pasadas de ametrallamiento como antes. Ni picar, porque no disponían de espacio para recoger el picado. Ahora intentarían algo más. Disponía de unos pocos momentos. Sujeté la palanca con la mano izquierda, y sacudí enérgicamente la derecha. Me dolía. Me dolía todo. Un dolor sordo, un entumecimiento paralizante.

Ahí vienen, deslizándose del anillo. Ahora tienen cuidado, temerosos de lo que yo pueda hacer súbitamente. Uno gira. Y hace una pasada.

No es difícil salirse de la trayectoria.

Viraje a la izquierda. Mirada.

Las trazadoras.

Se alzan géiseres del agua. Rociada. Espuma.

Ahí viene otro.

¿Cuántas veces han ido a por mí de esa manera? He perdido la cuenta. ¿Cuándo abandonarán? ¡Tienen que andar escasos de combustible!

Pero ya no puedo maniobrar tan eficazmente. Se me entumecen los brazos. Estoy perdiendo el tacto. En vez de virar con un movimiento rápido y firme, el Cero describe un arco que se transforma en un óvalo chapucero, estirando cada maniobra. Los Hellcats se dieron cuenta y arreciaron sus ataques, más audaces ahora. Sus pasadas se suceden tan rápidamente que apenas tengo tiempo de respirar.

No podía sostenerme. ¡Tenía que tomarme un respiro! Salí de otro viraje a la izquierda, pisé el pedal del timón y empujé la palanca de mando hacia el mismo lado. El Cero se encolerizó como respuesta y yo di todo el gas al caza buscando una fisura en el anillo. Estaba fuera, bajando nuevamente el morro y escapando, justo por encima del agua. Los Hellcats se arremolinaron por un momento, confusos. Luego volvieron a perseguirme.

La mitad de los aviones formaban una barricada por encima, mientras los otros, en un apretado manojo de ametralladoras escupiendo fuego, se lanzaban tras de mí. Los Hellcats eran demasiado rápidos. En pocos segundos se hallaban en posición de fuego. Seguí gobernando progresivamente a la derecha, haciendo que el Cero se rebelara y diera tirones a cada maniobra. A la izquierda, surtidores de blanca espuma saltaban al aire por efecto de las trazadoras, que continuaban errando mi aparato por muy poco.

Se resistían a abandonar. Ahora bajaban en mi busca los cazas de la parte alta. Los aviones que tenía inmediatamente detrás soltaron sus ráfagas, y los Hellcats que picaban trataban de anticiparse a mis movimientos. Apenas podía mover los brazos o las piernas. No había salida. Si continuaba volando bajo, sólo sería cuestión de un minuto o dos que moviera la palanca con excesiva lentitud. ¿Por qué esperar a morir, corriendo como un cobarde?

Tiré de la palanca hacia mi estómago. El Cero chirrió arriba y atrás, y allí, a sólo cien metros delante de mí, estaba un Hellcat, con su asombrado piloto tratando de encontrar mi aparato.

Los cazas que tenía a la espalda ya viraban sobre mí. No me importaba cuántos eran. Yo quería este avión. El Hellcat de encabritó alocadamente para escapar. ¡Ahora! Apreté el gatillo; salieron las trazadoras. Mis brazos habían ido demasiado lejos. El Cero se tambaleó; yo no podía mantener los brazos firmes. El caza enemigo viró acusadamente, empezó a subir y huyó.

El rizo había ayudado. Los otros cazas se arremolinaron en plena confusión. Gané altura y de nuevo huí. Los Hellcats venían a por mí. Los locos que tripulaban aquellos aviones disparaban desde quinientos metros de distancia. Desperdiciad las municiones, desperdiciadlas, grité. ¡Pero eran tan rápidos! Las trazadoras relampaguearon junto a mi ala, y viré desesperadamente.

Abajo, Iwo Jima apareció súbitamente. Agité las alas, confiando en que los artilleros de tierra verían las marcas rojas. Fue un error. La maniobra me hizo perder velocidad, y los Hellcats se hallaban otra vez sobre mí.

¿Dónde estaba la artillería antiaérea? ¿Qué pasaba con los de la isla? ¡Disparad, locos, disparad!

Iwo estalló en llamas. Brillantes fogonazos cruzaban la isla. Parecía que disparaban todos los cañones, escupiendo trazadoras al aire. Las explosiones sacudían al Cero. Penachos retorcidos de humo aparecieron entre los Hellcats. Estos viraron acusadamente y picaron fuera del alcance de las armas de tierra.

Seguí a todo gas. Estaba aterrorizado. Miré atrás, temiendo que hubieran vuelto, que en cualquier segundo las trazadoras no fallaran, que alcanzaran la cabina, rompiendo el metal y desgarrando mi carne.

Rebasé Iwo, golpeé la palanca del mando de gases y pedí al avión que volara más rápido. ¡Más y más veloz! Ante mí tenía un cúmulo gigantesco que se alzaba a gran altura sobre el agua. No me preocupaban las corrientes de aire. Sólo quería escapar de aquellos cazas. A toda velocidad, me precipité en la ondulante masa.

Un monstruoso puño pareció apoderarse del Cero y despedirlo brutalmente por el aire. No vi otra cosa que vívidos chispazos de luz, y luego la negrura. No tenía gobierno. El avión caía y se encabritaba. Estaba boca abajo, cayendo; luego se sostenía sobre las alas y saltaba hacia arriba, la cola primero.

Después no pude más. La tormenta del interior de la nube escupió al Cero con un violento vaivén. Yo estaba boca abajo. Recuperé el gobierno del avión a menos de quinientos metros. Muy al Sur divisé a quince Hellcats que regresaban a sus portaaviones. Resultaba difícil creer que todo había terminado y que aún me encontraba con vida. Quería desesperadamente abandonar el aire. Quería tierra firme bajo mis pies  ...
C.F. Castor

GAE_Balker

Un clásico. Este y el relato del combate en el que resultó herido en Guadalcanal es lo mejor. Todo el libro está bueno y es recomendable.

GAE_Charrua

Yo lei el libro de una fotocopia que me paso Alado , (creo que de tu libro Balker) y hace unos meses compre una edición nueva que estaba en la librería de Instituto de Publicacines Navales www.ipneditores.com.ar la editorial que lo volvio a publlicar es Edicines Sieghels (2008) en Argentina, son clásicos que a medida que los consigo van a parar a mi biblioteca.


C.F. Charrua

alado

#3
Charru..yo con fotocopias. ¿No entiendo?  ;D

Muy historia Castor. Otro pequeño relato de Don Saburo Sakai:

EXHIBICIÓN AÉREA SOBRE PORT MORESBY
Por Saburo Sakai

Durante la Guerra entre China y Japón, participaba en una misión de bombardeo cuando ví como uno de nuestros pilotos aterrizaba en llamas en territorio enemigo. Allí voló por los aires, más tarde, combatíamos a diario sobre Rabaul y Lae, y sabía que no viviría mucho?así que decidimos hacer algo como pilotos, realizar una bonita exhibición para demostrar nuestra habilidad, esa fue la promesa que nos hicimos mutuamente.

Nishizawa y Ota: les llamé y les dije, si tenemos tiempo?y suficiente municiones y combustible, podemos volar en equipo y realizar algunas maniobras acrobáticas. Así, cuando el resto del grupo regresó a la base,  Nishizawa y Ota  se situaron a mi lado como números dos y tres. Dije, ?EMPECEMOS?? y empezamos.



De Izquierda a derecha: Saburo Sakai, Toshio Ota y Hiroyoshi Nishizawa comúnmente conocidos como trío de destrucción.

Hicimos un precioso rizo sobre la base estadounidense,  pero Nishizawa nos indicó por señas que debíamos volar mucho más bajo. Bajamos a algo menos de 1000 metros. , serían 700 y 800 metros. Hice tres señales, así que hicimos el rizo tres veces. Levanté mi brazo en señal de triunfo: ?¡LO HICIMOS! ?  y regresamos a la base. Mantuvimos el secreto entre nosotros tres. Hicimos exactamente lo que queríamos hacer, pues sabíamos  que podíamos morir en cualquier momento.

El día siguiente amaneció nublado, y un P-40 salió de las nubes y arrojó una bolsa atada a una serpentina. La abrimos y encontramos una nota en inglés. Sasai-San (El Comandante del Escuadrón) se situó delante de nosotros y leyó: ?AYER REALIZARON UNA EMOCIONANTE EXHIBICION ACROBATICA SOBRE NUESTRA BASE, LES APLAUDIMOS. LA PROXIMA VEZ QUE VENGAN ESTAREMOS PREPARADOS PARA UN COMBATE  ENTRE CAZAS; POR FAVOR, TRAIGAN UNA BUFANDA VERDE. Cuando terminó de leer Sasai nos gritó, ?¿Qué significa esto? ? nos disculpamos una y otra vez.

Sin embargo, lo que en realidad lamento es no haber podido realizar nunca ese combate entre cazas. Después de la guerra conocí a algunos de los soldados estadounidenses que se encontraban allí, y me contaron que cuando realizamos la maniobra dejaron de disparar y nos aplaudieron.




Saludos

GAE_Balker

Es un libro muy bien escrito y con personajes excelentes: el teniente Sasai y la relación que tenía con sus hombres, Yanekawa y Ota, creo que eran los numerales de Sakai. "El diablo" Nishizawa...
Todos muertos en combate... :'(

alado

#5
Es verdad Dani es un librazo. Todavía me acuerdo cuando me lo pasastes parecia que tenía oro en las manos. Hacia años que lo andaba buscando.  ;D

Los pilotos de la Unidad de Sakai, el Kokutai 251 o más conocido como el Grupo Aéreo de Tainan, junto con los grupos de cazas embarcados en los portaviones eran la élite de la élite de la aviación japonesa. E incluso le pasaban el trapo a casi todas las restantes fuerzas aéreas del mundo.

Sakai dedica una parte de su libro para describir el duro entrenamiento al que fueron sometidos para llegar a ser pilotos de Zeros. Creo que ni un piloto de hoy día, claro salvando las distancias, sufrirá una instrucción tan dura ni hablar de los de otras fuerzas de ese momento. En lo único que erraron los ponjas fue que al ser tan exigentes estos cursos sólo se recibieron muy poquitos pilotos. Eso si todos unos nenes de pecho.En una guerra de recursos/cantidad eso fue fatal ya que en un par de batallas aeronavales importantes y otras acciones secundarias perdieron a casi todos estos hombres. Los que vinieron después sólo fueron kills para los Hellcats.  :-\

Otra cosa interesante es que Sakai y casi el 90% de los pilotos de Zeros era simples soldados o marineros. Casi no existian los oficiales entres sus filas.  :o

Otra historia más.

El Ingeniero de vuelo.
Por Saburo Sakai

La última semana de mayo de 1942, el ala de Lae llevó a cabo una serie de operaciones de caza con la intención de disminuir al mínimo la presencia de cazas enemigos en el área de Port Moresby. En consecuencia, luego de tres días de cruentos combates aéreos, habíamos logrado infligir graves pérdidas al enemigo. En vista de ello, Moresby aparentaba preparado para recibir un golpe decisivo. El primero de junio, dieciocho bombarderos, escoltados por trece cazas de Lae y otros once provenientes de Rabaul, se propusieron realizar el ataque final a este vital bastión del enemigo.

Considerábamos imposible que los aliados pudieran presentar una vigorosa oposición en el aire luego de los combates previos. Sin embargo, nuestras estimaciones fueron erróneas. Veinte cazas arremetieron contra nuestra gran formación, y una vez más, se inició una batalla entre cazas en la que siete cazas enemigos fueron derribados, uno de ellos por mí. Pero el enemigo logró su propósito, dispersando a nuestros bombarderos y anulando la precisión de su ataque.

Mientras regresábamos a Lae, uno de nuestros bombarderos se desprendió de la formación y comenzó a desplazarse erráticamente en el aire. Volé hacia él junto a cinco cazas más para cubrir su vuelo y entonces aprecié el estado calamitoso en el que se hallaba. Con sus alas y fuselaje acribillados por impactos de ametralladora y de cañón, la apariencia de la nave era la de un colador. Me aproximé aún más, hasta situarme encima de la trompa, y eché un vistazo dentro de la cabina. A pesar de la distancia, pude ver la sangre esparcida sobre los asientos y el panel de control.


Tripulación japonesa en la cabina de un bombardero ?Betty? (John White)

Piloto y copiloto yacían en el piso de la cabina, en sendos charcos de sangre. Era un milagro que el avión continuara su vuelo. El ingeniero de  Vuelo forcejeaba con los controles, poco familiares para él. No había rastros de los otros cuatro tripulantes. Dos de las torretas de ametralladoras estaban destrozadas, y los hombres que las servían habrían muerto, o se encontraban heridos. Sólo el ingeniero de vuelo, luchando por mantener la aeronave en vuelo, parecía haber salido ileso del combate.

De una forma u otra, logró continuar en vuelo, balanceándose y serpenteando en el aire hasta llegar a la base aérea de Lae. Estaba haciendo un trabajo brillante, aparentemente, repitiendo de memoria los movimientos que había visto hacer al piloto y copiloto. Una tarea bastante difícil para cualquier hombre sin experiencia a los mandos de una aeronave... Pero hacerlo con un bombardero casi destruido... ¡Esto era prácticamente imposible!

Una vez que alcanzamos Lae, el ingeniero se encontró sin saber qué hacer a continuación. Había logrado mantener el avión en vuelo, pero aterrizarlo, con las dificultades que implicaba el largo descenso y la disminución de velocidad, era un asunto completamente diferente.

La averiada máquina inició una serie vueltas sobre el campo de vuelo, girando una y otra vez, mientras el ingeniero estudiaba la angosta pista que se extendía debajo. No había manera de ayudar al desgraciado hombre dentro de aquella cabina. Nos acercamos para intentar conducirlo en el camino hacia abajo, pero cada vez que sus ojos se apartaban de los controles el bombardero se inclinaba peligrosamente. Gradualmente, fue disminuyendo la velocidad y comenzó el descenso. No tenía sentido continuar en el aire hasta que se acabara el combustible. El bombardero sobrevoló el mar, se deslizó pavorosamente al virar, y luego se aproximó a la pista. Contuve la respiración. No iba a poder lograrlo. Con la velocidad al mínimo, el avión comenzó a sacudirse en el aire. Sus motores pronto se detendrían: se estrellaría en cualquier momento.

Entonces ocurrió el milagro. El piloto se puso de pie. Su rostro estaba blanco y salpicado de sangre. Se apoyó pesadamente en los hombros del ingeniero. En aquellos segundos vitales del descenso el piloto empujó los controles y recobró velocidad. Tocó tierra con las ruedas retraídas y los flaps hacia arriba. Una nube de polvo inundó la atmósfera mientras el avión se deslizaba descontroladamente sobre la pista. En su marcha, embistió dos cazas aparcados reduciéndolos a chatarra. Luego, el bombardero continuó, tembloroso, hasta que se detuvo y se partió en dos.



Aterrizamos inmediatamente después, y nos acercamos rodando lentamente hacia el avión, el que milagrosamente no se incendió. El piloto, que esforzadamente se había puesto de pie apenas un mutuo atrás, yacía inconsciente. El copiloto estaba muerto. Y el ingeniero que había volado la aeronave hasta la base estaba tan gravemente herido en las piernas, que tuvo ser bajado desde la cabina. Los dos tripulantes encargados del bombardeo habían recibido varios disparos. Los huesos del brazo de uno de ellos asomaban através de la piel destrozada, y ambos Hombres estaban empapados en su propia sangre. Los dos artilleros estaban semiconscientes, gravemente heridos y bañados en sangre, y pendían de las ametralladoras aún sujetos con sus trabas metálicas.

Por primera vez veíamos de cerca el poder de destrucción de las armas con que atacaba un caza. La muerte en el aire nunca se había presentado tan abiertamente; aún aquellos hombres que morían en los aviones que caían envueltos en llamas parecían remotos y distantes. Un hombre regresaba a casa o nó, pero esta vez vimos qué era lo que realmente sucedía con ellos...


Fuentes:

-?Imperial Japonese Naval Aviator 1937-45? de Osamu Tagaya
-?Samurai? de Saburo Sakai
-www.pacificwrecks.com





Saludos

GAE_Balker

Cita de: alado en 28 de Julio de 2009, 11:07:10 PM
Sakai dedica una parte de su libro para describir el duro entrenamiento al que fueron sometidos para llegar a ser pilotos de Zeros. Creo que ni un piloto de hoy día, claro salvando las distancias, sufrirá una instrucción tan dura ni hablar de los de otras fuerzas de ese momento.

Es verdad. Me acuerdo que de chico cuando leía eso no lo podía creer. Una de las pruebas que había que hacer era saltar desde un palo de 2 metros de altura, pegar una vuelta mortal en el aire y caer parados... :o :o :o
Y no estoy jodiendo, busquen en el libro.

Buen relato. Gracias Aladín ;)